El daño colateral en el caso Montero - Sánchez
Por Álvaro Cotes Córdoba
Una historia de amor con un final infeliz es la que han protagonizado los periodistas locales, María Sánchez y Orlando Montero.
Conocí a Montero hace más de 20 años, cuando yo era corresponsal en Santa Marta de una emisora de Barranquilla y él le enviaba también a la misma emisora, un resumen de noticias deportivas durante tres minutos.
A María Sánchez la ví muchos años después, cuando yo laboraba en El Informador. Esa vez, él estaba con ella y noté que empezaban una relación sentimental.
Desde entonces no volví a encontrarme con ellos, aunque sí veía por Facebook que los dos siguieron juntos en el programa radial que Montero fundó y ha tenido siempre en las emisoras en que ha estado desde que llegó de Barranquilla, conocido como: Hablemos de Deportes y Algo Más.
No sé y ni me importa saber cómo fue la relación que mantuvieron antes y después de nacer el fruto de esa unión marital. Como tampoco es de mi incumbencia averiguar qué les pasó, por qué llegaron a ese extremo de intolerancia y de agresiones que llevó a uno de ellos, a Montero, a la cárcel y terminar así el infierno en que, al parecer, se había convertido últimamente el idilio de amor que un día iniciaron.
No es ni será la primera ni la última unión marital que tiene problemas y culmina de esa manera. Como tampoco deberá ser un ejemplo a seguir, pero lo que sí se puede decir es que no todos los conflictos entre marido y mujer, necesariamente, tienen que ser iguales o imaginarse que tendrán un final fatídico, porque con base en esa presunción, hoy en día la violencia de género se ha convertido en una bandera que la mayoría quiere ondear y presumir sin medir las consecuencias, las cuales agravan más la situación de una pareja, sobre todo cuando hay niños de por medio, por cuanto el cubrimiento mediático quedará para siempre en las páginas judiciales y podrá ser visto algún día por esos hijos más adelante.
Yo cubrí noticias judiciales y de crónica roja desde hace más de 30 años y hasta antes de la pandemia, cuando se realizaban las audiencias que involucraban menores de edad, las mismas autoridades o el juez, guardaban sigilo ante la prensa y nadie ni el más impoluto llegaba a pensar que ese silencio los hacía sospechosos de encubrimiento o apoyo a los adultos en conflicto. Se trataba como un tema delicado no digno de publicarse para no causarle el daño colateral posterior al niño o niña. Pero hoy en día, parece ser, que a nadie ni a algunos medios, le importa un bledo eso.
Parece ser que ahora es más importante mostrarse como el portador del mencionado estandarte, por encima de los otros derechos. No obstante, ya el daño colateral está hecho. Porque el caso no se trató desde un principio pensando en el fruto del hogar destruído. Y en la sucesión de comportamientos de las partes procesales, nadie tuvo en cuenta ese pequeño detalle. Y para rematar, la audiencia virtual abierta al público, aportó también su granito de arena, para la no redención nunca jamás de esa familia en desgracia y separada para siempre.
Publicar un comentario