"El Pana" vs "El Campeón" (Cuento)
Por Álvaro Cotes Córdoba
El parque que bordea una parte de la bahía de Santa Marta, denominado El Camellón, a las 06:00 de la mañana, se veía solitario y con bolsas y vasos de plástico por todas partes: En el suelo, sobre las jardineras, debajo de las bancas, en la avenida que pasa cerca, por sus andenes, sobre unas palmeras enanas e incluso, en el pedestal de la estatua del fundador de la ciudad, Rodrigo De Bastidas. No obstante, si uno se fijaba muy bien, El Camellón no estaba ni tan solo, pues acostados en los bordes de las jardineras y en algunas bancas, se hallaban también unos vagabundos y borrachos, quienes dormitaban de forma muy placentera. Entre esos durmientes se encontraba El Pana, un ex campeón mundial de boxeo de raza negra y quien por el uso indebido de alcaloides, había caído en desgracia y permanecía durmiendo en las calles.
Su verdadera identidad era Jeremías Antonio Zapata Abreu, pero pocos lo recordaban con ese nombre, ya que durante los diez años en que perduró como campeón de las narices chatas, fue siempre reconocido con el remoquete de El Pana, un hombre con una pegada fulminante y quien noqueó a todos los que se le subieron en el ring. Sin embargo, como él se apreciaba por esos momentos allí, acostado en una de las jardineras, flaco, seco y cadavérico, distaba muy lejos de lo que había sido antes. Sin duda, el vicio y sobre todo el consumo permanente de una sustancia psicoactiva que en el ámbito local es conocida con el nombre de 'bazuco', al cual también apodaban 'El Campeón' por su rotunda contundencia hacia quien lo probaba, había borrado en él cualquier indicio del formidable pugilista que fue 37 años atrás.
Estaba tan llevado, que cabía de manera muy holgada sobre el borde de la jardinera y en el cual se había acostado durante parte de la noche anterior y madrugada de ese día. La ropa que llevaba puesta le quedaba tan ancha que parecía de una talla mucho más grande, pero no era así, porque su talla siempre había sido la misma durante su supremacía en el boxeo. Vestía en esos momentos una camisa azul y un pantalón negro y calzaba unos zapatos blancos de látex, sucios y rotos y no llevaba medias. Se había acomodado de forma fetal, posición que su cuerpo había asumido de manera natural, como reacción al frío con el que había amanecido ese día Santa Marta. Era 30 de julio, un día después del cumpleaños de la ciudad. De ahí la gran cantidad de basura que había quedado esparcida a lo largo y ancho de aquel parque donde, por tradición, se celebraba cada año la fecha del aniversario de la urbe.
Aunque él no era de la localidad, había arribado a ella con dos días de anticipación, para lo cual había tenido que venirse como un polizón en uno de los tantos tracto camiones que a diario ingresan a Santa Marta con carbón u otras cargas que luego dejan en los patios del terminal de barcos y que exportan después en enormes cantidades. Desde que había caído en las drogas, se la pasaba viajando de ese modo clandestino por las ciudades del país, disfrutando de las fiestas patronales o tradicionales que se celebran en cada una de ellas. Cuatro meses antes, había pernoctado durante cuatro días, en los famosos carnavales de Barranquilla, la ciudad más poblada del litoral norte colombiano, ubicada a dos horas de Santa Marta.
Y cuatro meses después, en noviembre, seguiría su camino hacia Cartagena, su ciudad natal y en donde festejaban el concurso nacional de la belleza colombiana. A pesar de que por esos instantes se veía profundamente dormido, en sus párpados se percibían unos movimientos involuntarios, como si sus ojos miraban con mucha emoción unas imágenes que lo llenaban de entusiasmo, al mismo tiempo se le dibujaba una tenue sonrisa entre sus labios gruesos. Ello obedecía a que por esos momentos disfrutaba de un ameno sueño, el cual tenía que ver con la primera vez en que se coronó campeón mundial de boxeo, en el año de 1975. En el sueño revivía el preciso instante en que enfrentaba a un escurridizo púgil que hasta entonces había sido el campeón mundial y nunca había perdido una sola pelea, por lo que El Pana, en lugar de liarse cuerpo a cuerpo con él, lo había mantenido distanciado con su recto de izquierda, su arma más mortal, pues con ella no solo alejó a sus contendores, sino que también los agredió, hasta causarles las más graves lesiones en sus rostros, y las cuales terminaron, la mayoría de las veces, otorgándole el triunfo por la vía más rápida. Se veía tan feliz en el sueño que tenía por esos instantes, que nada ni nadie parecía despertarlo del mismo.
No obstante, en ese exacto momento, un gigantesco crucero que había llegado cinco días antes de que comenzara la Fiesta del Mar, partía del puerto de la ciudad y como suelen hacer casi siempre y cada vez que se van, para despedirse de los samarios y en agradecimiento a su recepción, hizo sonar su bocina y el grave sonido se escuchó, cómo siempre, por toda la enguayabada urbe. El estruendoso sonido despertó de forma abrupta a El Pana, quien se levantó bastante enojado y descubrió de inmediato al causante de su interrumpido sueño.
--- ¡Barco hp! -- dijo -- luego volvió a acostarse y trató de continuar con el mismo sueño.
Al principio, le fue difícil volver a empalmarlo, pues la algarabía de unos loros que pasaban por allí en fila y el ruido monótono del oleaje del mar, impidieron que así fuera. Unos minutos más tarde, se quedó fundido de nuevo e ingresó a su inconsciencia mental, en el preciso momento en que le daba una paliza al resbaladizo contrincante y a quien ya le había hinchado los pómulos, los cuales comenzaron a desangrarles. El pequeño boxeador trataba de esquivarle el recto de izquierda, pero la poderosa pegada de él le hacía daño, cada vez que alcanzaba su rostro. Los pómulos se le inflamaron tanto, que el ni ya tan escurridizo rival parecía un nipón.
La sangre que había empezado a brotarle por los hematomas se había regado por toda su cara e incluso, había salpicado a El Pana, quien también parecía tener una abertura por encima de una de sus sobresalientes cejas. Todo el mundo alrededor del cuadrilátero de un coliseo atiborrado e incluso en sus casas, por cuanto la pelea fue transmitida por televisión, sabía con seguridad que El Pana nunca había recibido un solo golpe por ninguna parte de su cuerpo durante los seis asaltos transcurridos.
Cuando el réferi en el tinglado detuvo la pelea, para que el médico examinara las lesiones del campeón que se desmoronaba, en la esquina de El Pana aprovecharon y le limpiaron su rostro con una toalla y volvió a lucir intacto, como si no hubiera estado peleando. Tampoco se veía tan cansado, pese a que le había tocado lanzar la mayoría de los golpes en aquella contienda que le dio por primera vez el título mundial en su categoría. Y luego de que el médico dictaminara que el campeón no podía seguir, El Pana brincó de inmediato y en su esquina se subió sobre las cuerdas del cuadrilátero y levantó sus brazos con los guantes rojos que usó esa noche. Desde ese día comenzó su nueva vida llena de gloria y dinero, la cual mantuvo así por más de 11 años. Al mismo tiempo se inició el lamentable desenlace que tuvo su vida.
En efecto, pese a que desde esa noche su vida no volvió a ser la misma, pues su situación económica dio un giro de 360 grados y su familia entera empezó a gozar de una mejor condición social, saliendo del marginal barrio en que había vivido siempre y mudándose a un sector residencial de mayor estrato, la nueva convivencia comenzó también a alejarlo de sus amigos y seres más queridos. No volvió más nunca a las calles polvorientas del barrio que lo vio nacer y crecer y, poco a poco, se fueron incrementando los días en que no retornó a casa ni siquiera a dormir. No sabía el por qué, pero esa primera pelea en que conquistó la corona del peso medio, revivía en sus sueños a cada rato, como si se tratara del recuerdo de un primer amor. Aun cuando soñaba también con las otras peleas que ganó, unas 14 en total y todas por la vía rápida, la primera se repetía no solo una ni dos ni tres, sino hasta cuatro veces por semana y de manera seguida, como si fuera una pesadilla en serie. A él le encantaba revivirlas en sus sueños, por lo que cada vez que tenía la oportunidad, no la desaprovechaba y, antes de dormirse, comenzaba a recordar sus veladas boxísticas de gloria, sobre todo la que más se le repetía. En sus sueños continuaba siendo el campeón, pues allí seguía siendo vitoreado, respetado e idolatrado. Además, todavía era el mejor de todos los tiempos y vivía aún con todos los lujos y riquezas que obtuvo por sus victorias sobre sus rivales. Por eso, cuando despertaba o lo despertaban de sus sueños, le daba tanta rabia, que buscaba cómo desquitársela. En esa ocasión, el barco de turismo no estuvo a su alcance, por lo que no pudo vengarse con él como quería, con sus puños y por eso volvió a dormirse, para continuar reviviendo su glorioso pasado de ensueños. Aquella primera vez, después de bajarse de las cuerdas del cuadrilátero, su entrenador y otras personas del público, lo alzaron en hombros y lo pasearon alrededor del ring, mientras que la gente le gritaba: "Pana, Pana, Pana". Fue una ovación unánime, la cual a veces la sentía retumbar en sus oídos, incluso, cuando alguien en la vida real lo llamaba para decirle algo. Pero en sus sueños los percibía más auténticos y por ello a cada momento buscaba los ungüentos que le facilitaban esa intromisión al mundo de sus sueños, los cuales eran sus tesoros más preciados y los que lo alejaban de su triste y cruda realidad. Bebía y se drogaba, para después dormirse como un bebé y sumergirse en sus adorados sueños intocables. De esa manera era muy feliz, aunque para todo el mundo en el país se apreciaba lo contrario. Y debido a su actual situación lamentable, de perdición, la sociedad que ayer lo había aclamado, ahora lo rechazaba o no lo toleraba. Pero los que sí sabían quién había sido él, le seguían temiendo y preferían no confrontarlo, pese a su decaído estado físico.
Iban siendo las 06:30 y el Sol había empezado a asomarse por la Sierra Nevada, al Este de la ciudad. Los rayos del astro caían como si fueran millones de alfileres ardientes y calentaban los techos de las casas y edificios y a los pocos autos que a esa hora iniciaban su circulación por las calles y avenidas de la antigua localidad. Un haz de esa luz sideral comenzó a cubrir media parte del raquítico cuerpo de El Pana, quien seguía acurrucado y hundido en el sueño de su primer logro boxístico. La calentura del rayo, sin embargo, no lo abstraía de su inconsciencia feliz, pues en su experiencia intrínseca se confundía con el calor que le causaban los reflectores de las cámaras de la televisión que lo perseguían también en sus sueños. El Sol le pegaba desde la cintura hasta su cabeza y hacía ver sus cabellos ensortijados o prietos de un color cobrizo.
Un escobita de la empresa del aseo de la ciudad y el cual acababa de llegar por esas primeras horas del día a aquel parque predilecto, con el fin de cumplir su faena diaria, se percató de la presencia de El Pana y de inmediato llamó su atención el estado de indefensión en que se encontraba, bajo el haz de la luz del impecable Sol. Le dio tanta lástima, no solo por la situación en que había caído el ex pugilista, la cual era ya conocida por todo el mundo, sino por el fustigamiento a que era sometido en esos instantes por el omnisciente planeta amarillo. Pensó en hacerle un favor y decidió enseguida despertarlo, para que se pasara hacia otro sitio con sombra. En esos instantes, El Pana escuchaba en su sueño que la muchedumbre en el coliseo cubierto donde recién había obtenido su corona, lo llamaba por su nombre: "Pana, Pana, Pana". Aunque él luchaba por no abrir sus ojos saltones, la voz le insistía y cada vez se fue poniendo más estridente, hasta que se le convirtió en un tormento y por ello despertó de inmediato y con mucha ira dijo:
¡Qué pasa hp! --- Gritó, apenas vio al barredor frente a él.
--- ¡Por qué me despiertas, triple hp! -- volvió a insultarlo. El caritativo operario del aseo, quien lucía un uniforme verde, se puso amarillo enseguida. El temor a que el ex boxeador en declive lo agrediera físicamente, lo hizo retroceder de inmediato y prefirió alejarse de allí, antes de que fuera demasiado tarde. El Pana, por su parte y aún enfurecido, trató de correr detrás de él, pero el precavido escobita lo hizo primero, sacándole una buena ventaja, por lo que El Pana desistió de su primera intención. No obstante, lo siguió agrediendo verbalmente desde donde se había quedado. Lo insultó con las palabras más vulgares que había aprendido durante su juventud en las barriadas pobres de su entrañable ciudad caribeña. De la misma manera le mentó la madre en repetidas ocasiones y le pronosticó hasta el mal con el cual iba a morir por metiche.
Una pareja de turistas que en esos momentos recorría el parque de la bahía tras haber salido de un hotel ubicado al frente y en donde se alojaban desde la tarde anterior, cuando arribaron a la ciudad procedentes del interior del país, se dio cuenta del problema entre el obrero del aseo y el vagabundo y, arrimándosele al operario, le preguntaron por qué le había corrido al errante si se trataba de un viejo enclenque que no podía ni con su mismo cuerpo y el aseador les aclaró:
— No es un viejo enclenque cualquiera, es El Pana, el mejor campeón mundial de boxeo que ha tenido Colombia en todos sus tiempos.
--- ¿Y qué hay con eso, no ve usted que es un vicioso que no aguanta ni siquiera un solo empujón --- sugirió la pareja masculina turística, quien como el humilde empleado del aseo, reflejaba una edad de entre los 30 a 36 años.
--- Llevado y viejo como lo ve usted, aún debe de pegar como en sus mejores tiempos --- respondió el barrendero, el cual sostenía entre sus manos una escoba con mango de madera.
--- ¿Pegar? --- indagó la joven turista y quien aparentaba una edad menor, al igual que se veía muy blanca y su rostro era hermoso y tierno.
--- El Pana, cuando boxeaba, noqueaba a todos sus contrincantes con sus puños y por eso fue un campeón que perduró en su trono. Nadie como él ha vuelto a nacer en Colombia --- dijo después el escobita, sin dejar de mirar hacia donde se alcanzaba a vislumbrar todavía El Pana, balbuceando o maldiciendo de la rabia.
--- Una trompada de él debe ser todavía tan dañina como en sus mejores tiempos, pero yo no voy a ser quien lo reconfirme — insistió el temeroso obrero.
La pareja femenina mostró en su angelical rostro que continuaba sin entender, al igual que su acompañante, quien daba a entender que ni siquiera sabía quién era El Pana:
— A mí no me parece que ese tal Pana fue un gran boxeador, más bien parece un cadáver ambulante — concluyó la agraciada dama. Su hombre asintió, mostrándose también de acuerdo con ella.
--- Las drogas lo llevaron a la vida que tiene en la actualidad, pero fue un excelente boxeador que llegó a convertirse, incluso, en un símbolo patrio, después de nuestro escudo y bandera --- explicó con buen acierto aquel barrendero de un nivel educativo menor que la pareja de turistas, pero con un bagaje superior en materia de boxeo.
La pareja era de una clase social media, pues se trataba de un par de gente de bien, que habían escogido a Santa Marta como sede de su luna de miel. Ambos eran originarios de Bogotá y pertenecían a dos familias tradicionales de esa fría capital. Por cuestión de seguridad, no se habían registrado en el hotel en que se hospedaron con sus nombres propios. La inseguridad en Colombia estaba tan alta, que lo mejor era no darse a conocer de forma fácil, de ahí que todos los residentes en el país tomaban sus precauciones, dentro y por fuera de sus hogares, con el fin de no ser presa fácil de los depredadores de la sociedad.
--- Conmigo, ese tal Pana, que no se meta, porque yo si no le voy a correr --- insistió el turista, con un inesperado complejo de superioridad. El hombre medía un metro con 76 centímetros y se veía en un buen estado físico. Había sido jugador de fútbol en la universidad donde estudió su profesión y aún practicaba la misma disciplina deportiva con mucha frecuencia, por lo que se conservaba en la línea. Su bella esposa lo miró orgullosa y con una sonrisa entre sus labios pálidos, le dijo:
--- Mejor evitamos mi amor y cojamos por otro lado.
Pero su marido la contradijo e insistió en que él no le iba a correr a un viejo desusado y cadavérico, al mismo tiempo lo llamó de forma despótica 'desechable', luego empezó a caminar con dirección hacia donde se hallaba El Pana. El operario del aseo volvió a aconsejarle que mejor no lo hiciera, pero el turista valentón no le prestó atención y continuó caminando y agarrado de la mano de su esposa, rumbo hacia donde permanecía El Pana, quien se veía echando humo por sus fosas. Segundos más tarde, en el momento en que pasaban a su lado, El Pana escupió cerca de sus pies y les dijo:
--- ¡Y ustedes, cachacos hp, qué me miran!
--- ¿Perdón señor? --- Reaccionó el joven turista con su actitud prepotente.
--- ¡Que me miras, cachaco hp! --- reiteró El Pana, dirigiéndose al visitante masculino.
--- ¡Respéteme viejo, que yo no soy nada suyo para que me hable de esa forma! --- contestó el turista insatisfecho --- Yo si no soy el aseador cobarde --- le recalcó.
No había terminado la frase, cuando El Pana lo interrumpió de una manera abrupta, amagándole con pegarle una trompada. El visitante apartó a su linda esposa y se puso en guardia, colocando sus puños a la altura de su rostro. No obstante, de nada sirvió, porque apenas El Pana tiró su glorioso recto de izquierda, los puños del turista se abrieron y el ex campeón mundial de boxeo de la AMB, el monarca colombiano que le dio tanta alegría a un pueblo por muchos años de seguido y fue el orgullo de un país ante el mundo durante un prolongado tiempo, se acordó de la noche en que disputó su primera defensa con un tailandés del mismo porte y envió su derecha fulminante y su puño cayó seco en el rostro de aquel ingenuo cachaco, el cual se desplomó sin sentido y boca arriba sobre el pavimento caliente de El Camellón.
Apenas el operador del aseo vio semejante trompada, se llevó las manos hasta su cabeza, presagiando lo peor y exclamó: "Lo mató". Después, miró para todos lados, a fin de encontrar con la vista a algún policía, pero a esa hora temprano por la mañana de un día después de la celebración del aniversario de la ciudad no se veía un solo uniformado por El Camellón, pues los agentes del orden de la ciudad se hallaban también trasnochados, tras el festejo por el cumpleaños de Santa Marta y el cual se había extendido hasta las cuatro de la madrugada de ese día 30 de julio. A lo que volvió a mirar hacia donde se encontraba El Pana, observó que este último se alejaba con pasos acelerados y sin dejar de refunfuñar, mientras su último noqueado seguía tirado en el pavimento, boca arriba e inconsciente. Aquel incauto turista, con ínfulas de grandeza, quiso probar la pegada del mejor campeón mundial del peso medio que ha tenido Colombia en todos sus tiempos y lo consiguió.
Cuando despertó, le preguntó a su mujer si había anotado la placa del camión, pero su hermosa esposa no supo ni qué responderle. El Pana, ese día, debió salir a los pocos minutos de la ciudad de forma clandestina, porque la Policía estuvo buscándolo por todas partes e incluso por los prostíbulos que siempre frecuentó, cuando vino a Santa Marta de visita. Desde esa vez no se le ha vuelto a ver de nuevo en la ciudad ni en las fiestas del mar que se festejaron después.
Fin
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