Los Chamizos

 


Por Álvaro Cotes Córdoba 


A comienzos de los 90 y de la primera década del año 2.000, mencionar solo el nombre de Los Chamizos en Santa Marta, no solo daba miedo, sino que también era un riesgo inminente de perder la vida en un instante. Los Chamizos eran los miembros de una autodefensa creada por un hombre oriundo de otras tierras de nombre, Hernán Giraldo y quien provino del interior del país y se radicó en la Sierra Nevada, ubicada en el sector rural de la ciudad, inicialmente para proteger a los dueños de fincas en y alrededor del macizo colombiano, del asedio y extorsión de la guerrilla, más exactamente del frente 19 de las Farc, que operaba igualmente en ese cúmulo de montañas con los picos más altos y llenos de nieve del continente.


No obstante, ese poder protector exclusivo, lo cambiaron después por el de ejercer una autoridad territorial en defensa no solo de los finqueros, sino también de los comerciantes y empresas tanto de Santa Marta como de todas las otras ciudades capitales costeñas que limitan con la majestuosa Sierra Nevada. Esas funciones que se atribuyeron, por supuesto, no eran legales, sino criminales, pues castigaban con la muerte a quienes realizaban actos delincuenciales como lo hacían ellos. Ejercían la justicia con sus propias manos, ante las miradas indiferentes de las propias o verdaderas autoridades.


En las ciudades como Santa Marta, por ejemplo, prestaban el servicio de vigilancia y aplicaban más esa justicia propia y cobraban por eso. Lo hacían en motos y automóviles y cuando detectaban o les advertían de la presencia de delincuentes como ellos en los sectores mencionados, simplemente los buscaban y donde los encontraban, les daban muerte. Para ellos no había autoridad sino las de ellos, pues hacían lo que no podían hacer la Policía y el Ejército, lo que muchos mal llamaron limpieza social. 


Es increíble que aún hoy existan samarios que anhelan sus presencias, cada vez que llega a la ciudad una ola, no del mar que la baña en sus hermosas playas, sino una oleada de inseguridad o de atracadera y robos por todas partes, como nunca ha dejado de pasar, antes ni después de la existencia de Los Chamizos. Y aunque para unos fue un mal necesario, para otros nunca se debió permitir, pues para eso estaban y están las instituciones validadas por La Constitución nacional.


Entre otras acciones criminales que realizaron, está la que ejercieron contra todo lo que olía o tenía pensamientos de izquierda o contra quienes eran supuestamente auxiliadores de la guerrilla. Para ellos, el solo hecho de permitir que una cuadrilla de la guerrilla ingresara a una finca, significaba que el dueño de esa propiedad, era un auxiliador y lo buscaban en donde estuviera y lo ejecutaban. La mayoría de las veces, esos pequeños terratenientes eran auxiliadores obligados, por cuanto no tenían cómo evitar que a sus propiedades rurales entrara, comiera y hasta durmiera por tres días consecutivos, una cuadrilla guerrillera, casi siempre conformada por más de cien hombres armados con fusiles AK47 hasta por los dientes. 


Y cuando era lo contrario, es decir, que ingresaba a una pequeña finca un grupo paramilitar o de la autodefensa y comiera y durmiera también por uno, dos o tres días consecutivos, la guerrilla visitaba después al propietario de esa finca y lo ejecutaban por ayudar a los paracos, término con el que también eran y son conocidos todavía los paramilitares o miembros de las autodefensas, que para entonces existían por todas las regiones de Colombia. Asesinaron a muchos campesinos o pequeños terratenientes por eso.

 

En las tierras fértiles, pueblos, veredas, en y alrededor de la Sierra Nevada de Santa Marta, no fue la excepción y mataron igualmente a muchos campesinos que no tenían ni siquiera capital ni producción, para pagar protección paramilitar que, entre otras cosas, era uno de los portafolios más rentables de esos grupos y los cuales ofrecían, a pesar de que el presidente de entonces, Álvaro Uribe Vélez, fanfarroneaba con su "Seguridad Democrática", que aparentemente debió ejercer sólo el Ejército por todas las carreteras nacionales del país, sin ayuda de ninguna organización criminal.


A mí me tocó registrar muchos asesinatos ejecutados por Los Chamizos en Santa Marta, en donde ejercía el periodismo, más exacto en el campo de la crónica roja y orden público, en la planta de redactores del periódico local El Informador y como corresponsal en el diario regional más influyente de esa época, El Heraldo de Barranquilla. También laboraba en la emisora con mayor sintonía para ese entonces, Radio Galeón. De hecho, algunos amigos llegaron a burlarse de mí por trabajar en tres medios de comunicación al mismo tiempo y me decían que tenía más puestos que un bus.


Los Chamizos se distinguían de inmediato en cualquier población y más en Santa Marta. No sólo por sus formas de hablar, sino también por la manera cómo vestían y más por un distintivo que los marcaba adonde fueran o estuvieran. Todos usaban, colgadas en sus hombros, unas mochilas tejidas y en las que, casi siempre, guardaban sus armas de fuego, la mayoría de las veces, pistolas. Igualmente, solían colocarse toallas en torno a sus cuellos o sobre un hombro, para secar sus caras que por el calor en la ciudad, les sudaba de manera constante, ya que la mayoría era de clima frío.


Sus ejecuciones nunca fueron en secreto sino al aire libre o en presencia de cualquiera. Llegaban a las viviendas de las víctimas, ingresaban y las asesinaban, sin importar la hora ni el día ni el sitio. Una noche, como a las 12:00, mataron a un señor que se había encerrado en su vivienda con su esposa y sus hijos pequeños. Duraron más de una hora, para poder entrar a la casa y asesinarlo. Durante ese tiempo, la víctima se cansó de llamar a la policía y como no le atendieron la llamada en la línea de emergencia, la cual era la 112, al moribundo de le ocurrió llamar a la redacción de El Informador como una última alternativa. El teléfono en la redacción del periódico había estado sonando varias veces. Yo acudí a levantar el auricular, al ver la insistencia de las llamadas y porque me preguntaba, quién carajo llamaba a esa hora, cuando estábamos en el cierre de la edición impresa. Cuando lo hice, el hombre empezó a contarme desesperado lo que le estaba sucediendo a él y a su familia. "Afuera hay unos Chamizos que quieren entrar a mi casa para asesinarme", me dijo, mientras al fondo se escuchaban unos llantos de niños.


En esos momentos no supe qué decirle, pues si la Policía no había atendido el teléfono y era la única que podía ayudarlo en esos instantes, yo menos podía hacerlo, salvo esperar que sus vecinos formaran una algarabía que ahuyentara a los asesinos, pero sabíamos que eso jamás iba a ocurrir por el miedo que todos en Santa Marta le tenían a Los Chamizos. Incluso, yo después de colgar el teléfono, estuve llamando al 112 de la Policía y tampoco me contestaron. Al día siguiente, bien temprano por la madrugada, cuando fui a buscar el boletín de prensa que la Policía nos daba en ese entonces a los que cubríamos las noticias judiciales en las emisoras, en los que nos informaban las últimas novedades de la noche anterior, ví el registro donde comunicaban el homicidio del señor, cuyo nombre ahora no recuerdo, pero lo supe de inmediato de que se trataba del mismo, por la dirección del domicilio que aparecía en el reporte. 


Antes del mediodía de ese mismo día, luego de la rueda de prensa que el comandante de la institución nos ofrecía a diario, buscando vitrina, yo le comenté a él sobre la llamada que la víctima había hecho a la redacción del periódico y le manifesté lo que el señor me dijo acerca de que nadie en la línea de emergencia le había contestado el teléfono. A lo que el Coronel comandante de la policía me contestó que eso era imposible, por cuanto en dicha dependencia permanecían varios agentes atendiendo los teléfonos durante las 24 horas. Pero es posible que se hayan quedado dormidos Coronel, le insistí y él volvió a evadir responsabilidad alguna, al responderme que también era imposible, por  cuanto un superior, permanentemente, los visitaba para no permitir que se durmieran. ¿Y si ese supervisor también se quedó dormido? Le volví a indagar y el Coronel no tuvo más remedio que reírse por mi insistencia.


Fue una experiencia única, pues hablé por teléfono con aquel ser humano en los momentos previos a su asesinato sin poder hacer nada al respecto. La única manera que había a esa hora tarde de la noche, era por teléfono y si en la Policía no contestaron, más nadie lo haría. En horas laborales, tal vez yo hubiera llamado al propio comandante de la institución y le hubiera Informado de lo que estaba ocurriendo, pero a esa hora el Coronel estaba durmiendo plácidamente en su casa fiscal, en donde si de seguro había teléfono, a ningún periodista nunca se lo dieron. Claro que si para el entonces hubieran estado funcionando los celulares, aquel crimen tal vez se habría podido evitar. En mi mente todavía imagino lo que debió vivir aquel hombre junto a su familia antes de su muerte. Los Chamizos, cuatro en total, finalmente entraron a la vivienda tras tumbar la puerta principal y una vez dentro, apartaron a la víctima de su esposa y dos niños y le dieron plomo hasta que se les acabaron las balas en sus proveedores. Más tarde pude averiguar con las mismas autoridades el motivo por el cual había sido ejecutado por Los Chamizos y la razón me dejó más frío:


El señor, otra víctima más que el Estado por su ineficiencia para proteger a los colombianos, dejó que mataran y por eso prefiere pagar los muertos antes que evitarlo, fue ejecutado por el grupo criminal, porque se había negado a pagar la cuota que le exigían a todos los comerciantes o dueños de cualquier negocio que hubiera en la ciudad. Incluso ni los vendedores callejeros de café o también conocidos como tinteros se les escapaban del cobro insensato y criminal que ellos mismos bautizaron con el nombre de vacunas, para diferenciarlas del término legal conocido como impuestos y los cuales también pagaban los comerciantes, empresarios e industrias, con la diferencia de que, con estos últimos, si no los cancelaban, no perdían sus vidas o a duras penas podían ser encarcelados, pero eso casi nunca ocurría en un Estado cuya corrupción se practicaba como si fuera una plusvalía o una forma de rebusque permitido en secreto y del cual nadie se resistía, porque siempre se quería más a pesar de que recibieran un buen sueldo. Cada uno de esos grupos dizque de autodefensas, ejercía su poder intimidatorio como se les diera en gana, ante la ausencia cómplice de las autoridades encargadas de la seguridad de los colombianos que no eran delincuentes o trabajaban legalmente y contribuían con el Estado, no solo para mover su economía, sino también su desarrollo y combatir el desempleo.


En Santa Marta, territorio de Los Chamizos, su poder intimidatorio llegó a ser el peor de todos los que pasaron por la ciudad en los últimos cincuenta años. Si bien es cierto que en la "Perla de América", los fenómenos sociales de violencia y drogas, también dejaron muchas muertes, como ocurrió en la década de los 70, pleno apogeo de la "bonanza marimbera", cuando fue el escenario principal de una guerra de sangre  entre dos familias guajiras, los Cárdenas y Valdeblánquez, cuya historia también la conté como la viví, en mi libro La Crónica de una Vendetta y el cual pueden comprarlo aquí: https://www.google.com/amp/s/www.bubok.co/libro/amp/209892/La-cronica-de-una-vendetta, igualmente es real que el asedio de esa agrupación criminal en la urbe, trajo más terror y le causó dolor para siempre a muchas familias samarias y no samarias, pobres y ricas. Son numerosos los casos en los que Los Chamizos fueron victimarios implacables de jóvenes y adultos e incluso de ellos mismos y en los que niños inocentes, que apenas empezaban a vivir, cayeron si vidas en atentados contra sus padres o algún otro familiar.


Recuerdo muy bien, porque también me tocó ir a la escena del crimen, cuando por matar al "Quemaito", uno de los más antiguos miembros de Los Chamizos, asesinaron también a sus dos pequeños niños, quienes lo acompañaban en su automóvil, cuando llegaban a guardar el vehículo en el garaje de su casa. Su esposa sobrevivió, porque segundos antes se había bajado del automotor, para abrir desde dentro de la casa, la puerta del garaje. El atentado se registró comenzando la noche en el popular barrio Los Almendros y a unos cien metros de un CAI de la Policía. Los autores de ese atroz hecho fueron los mismos que fundaron, junto con Hernán Giraldo, el grupo de Los Chamizos, el cual era el nombre con el que se le conoció desde un principio, antes de que se auto llamaran como el grupo de autodefensa Resistencia Tayrona.

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Álvaro Cotes Periodista